Exactamente una semana después de la salida intempestiva de Martín Guzmán que desató la crisis (o, de mínimo, la profundizó), el presidente Alberto Fernández reapareció en público en Tucumán para celebrar el Día de la Independencia. Con un discurso centrado fundamentalmente en defender la «unidad» de la coalición gobernante, Fernández mantuvo el mismo tono conciliador que Cristina Fernández de Kirchner había utilizado ya el viernes en el Calafate. Acompañado por Sergio Massa y gran parte del gabinete nacional, así como por gobernadores, legisladores e intendentes, el presidente apostó a ponerle un cierre al frenesí de rumores y especulaciones de los últimos días y apuntaló el terreno para la «nueva etapa» – como muches dirigentes califican – del Frente de Todos, caracterizada por el restablecimiento de la línea de diálogo directo entre las tres patas de la coalición. Como contracara del discurso de unidad, Fernández encañonó con dureza contra «los profetas del odio» que «siembran el desánimo» y desestabilizan el país a través de «golpes de mercado»: «Bajen las armas. Acá hay un pueblo que quiere comer, tener salud, y ser feliz», les espetó, a la vez que convocó a la sociedad a «forjar todos los días la unidad que nos va a sacar adelante».

«En el proceso de emancipación se forjó una unidad que requirió mucho esfuerzo, paciencia y respeto en la discrepancia. La unidad no surgió mágicamente ni se impuso naturalmente, solo fue posible porque hubo voluntad de construirla. La unidad siempre es resultado de la disposición de los involucrados por consolidarla. Y la historia nos enseña que la unidad es un valor que debemos preservar en los momentos más difíciles», comenzó Alberto Fernández en su discurso por el 206° aniversa