María Antonia de Paz y Figueroa se convertirá en 2024 en la primera santa del país, luego de que el papa Francisco autorizara la promulgación del decreto de un milagro atribuido a su intercesión. La vida de una mujer adelantada a su tiempo que nació en Santiago del Estero en 1730 y murió en Buenos Aires 69 años después
El pueblo quechua la bautizó Mama Antula. Era un derivado de su nombre en la lengua que había adoptado. María Antonia de Paz y Figueroa había nacido en 1730 en Villa Silípica, provincia de Santiago del Estero, en el seno de una familia acomodada. Fue una mujer que vivió fuera de su tiempo histórico. Convivió en un país colonial con una concepción de vida patriarcal, de rangos jerárquicos, que esperaba de ella y del resto de las mujeres que oculten y silencien cualquier vestigio de independencia y rebeldía como saber escribir y leer. No pudieron con ella. Se rebeló al mandato cultural del siglo XVIII y al credo familiar que respetaba los estereotipos femeninos de la época: a los quince años desafió a su padre al avisarle que no se casaría ni sería monja.
En los albores de la patria decidió vestirse de varón y ser laica jesuita. La rebeldía le causó secuelas: la expulsaron de su casa. Se instaló en el beaterio de los jesuitas. Rechazó su apellido, renunció a la riqueza de su familia, adoptó el nombre de María Antonia de San José. “Siendo aún joven, pronto entró en contacto con la espiritualidad ignaciana. En 1745 vistió el hábito de ‘beata’ jesuita mediante la emisión de votos privados y comenzó a llevar vida comunitaria junto a otras consagradas. Bajo la dirección del padre jesuita Gaspar Juárez, se dedicó a la educación de los niños, al cuidado de los enfermos y al socorro de los pobres”, rescata un portal del Vaticano.
Hacia 1767, volvería a sublevarse ante los preceptos establecidos. Reforzaba su rol de mujer empoderada, disruptiva. Se había comprometido a una misión, había abrazado la campaña de la Compañía de Jesús. El 9 de agosto, el rey Carlos III ordenó disolver la obra jesuítica: a partir de entonces, el trabajo social y espiritual de los jesuitas estaba completamente vedado. Cuando los jesuitas fueron expulsados de los territorios de la corona española, escuchó una voz interior que la convocaba a ser la heredera: tenía 36 años y se consideraba hija espiritual de la Compañía de Jesús. Quería seguir llevando la palabra de dios a través de los ejercicios espirituales del apostolado.
“Ya con 37 años, perseveró en su intención de seguir organizando cursos de Ejercicios Espirituales. Entre 1768 y 1770, los participantes vivieron el tiempo de retiro durante varios días, recibiendo orientación y reflexionando sobre sus vidas. Para este proyecto contó con el pleno consentimiento de su confesor y del Obispo de la ciudad de Santiago del Estero, donde abrió una casa”, describe el Vaticano News la vida de Mama Antula.
Fuente: Vaticano News.