Bueno, hay una película a punto de terminar y que agrada particularmente a minorías con inmenso poder. Que celebran no tanto el convencimiento como la sumisión que logró la habilidad del diputado Sergio Massa en implícita alianza con la menesunda macrista y acaso el mismo Mauricio Macri. Ante los sonoros silencios del Presidente y la Vicepresidenta, la tragedia argentina de la noche del jueves al viernes se completó con el sospechoso y cobarde ataque al despacho de CFK, negado por la oposición y distorsionado por sus medios y telebasura en patético acto de confesión.
En esa Argentina que empezó a parirse el viernes, el duro retroceso de nuestra democracia y autonomía se cocinó con habilidad digna de mejor causa. Porque la entrega de la Soberanía de nuestro país sobre todas sus riquezas es un hecho feroz que condena a medio país al hambre, la miseria y la ignorancia de un solo golpe y en vil paquete, montado sobre el falso cacareo de que «no había otra salida» y que era «acuerdo o default». Así, parece equivocado temer el retorno de la derecha en 2023. La derecha ya volvió y su debut fue potente.
Quienes han luchado por recuperar la soberanía nacional sobre el emblemático río Paraná, como este columnista, sabían con dolor, esa madrugada, que éste era el fin cantado de la tragedia iniciada hace 67 años por milicos asesinos y civiles cipayos que en el largo andar hasta el presente destruyeron aquel país igualitario, justo, libre y soberano que fue la República Argentina. Y país que a fines del siglo 20 fue degradado por robo, corrupción, rebatiña de concesiones y hasta un crimen masivo en Río Tercero.
El jueves quedó claro que muchos, demasiados, no aprendieron nada. Ese mismo día se publicó el Decreto 120/22, por el cual una larga sarasa firmada por Juan Manzur y Alexis Guerrera dispone que se transfiera todo a un «Ente Nacional de Control y Gestión de la Vía Navegable» para manejar las futuras concesiones. O sea más de lo mismo, en la línea del repudiado Decreto 949/20 cuya nociva supervivencia garantiza la condena política, económica y ambiental del río Paraná, al que ni se atreven a llamar por su nombre sino con el anónimo «vía navegable».
Ese río maravilloso –uno de los seis más importantes del planeta y que hoy, herido, ya no soporta más dragados criminales– sigue siendo potencialmente la tabla de salvación de la economía argentina. Lo que se concretaría con sólo recuperar el control del comercio exterior. En menos de 10 años se pagaría toda la deuda externa, e incluso la estafa macrista.
Lo peor es que es presumible que todos y todas en la Cámara de Diputados lo sabían. Bastaba, basta y seguirá bastando con renacionalizar el Paraná y el comercio exterior, y con abrir de una vez el Canal Magdalena, para reinstalarnos con potencia y soberanía en el Atlántico Sur. Sólo hace falta patriotismo y coraje. Con sólo eso se traza el camino de recuperación de este país.
Y esas decisiones, cabe decirlo, son de tradición nacional y popular: peronista por donde se mire, pero también radical de buena cepa, y socialista de Palacios y de la mejor izquierda nacional. Basta con recorrer nuestra Historia y nuestra geografía para advertir que la incertidumbre que produce este «acuerdo» de sometimiento con el FMI, en las provincias desata no sólo temor y resignación, sino también resentimiento porque son innumerables los pueblos agobiados y hartos de cierta frivolidad porteña y de sutiles violencias que desde la Capital Federal se ejercen día a día sobre millones de compatriotas que han perdido y pierden empleos, campos, cultivos, casas, industrias, almacenes, comercios, escuelas rurales hoy vacías y pueblos enteros despoblados y fantasmales. Y todo a cambio de soja y otros granos y agrotóxicos que enriquecen a latifundistas millonarios que descaradamente eluden impuestos y retenciones.
De ahí que la pregunta que campea sin respuesta mientras nuestro gobierno sigue creyendo que todo se resuelve con mansedumbre y retrocesos como el de Vicentín y sonrisas en la Expoagro, es: ¿Cuánto más las dirigencias porteñas y sus lacayos en provincias van a seguir pagando deudas ilegitimas con el hambre popular?
Es sabido que por el complejo hídrico Paraná-Paraguay sale al mundo el 80% de las supuestas exportaciones argentinas. Y sí, supuestas, porque en realidad no son nuestras sino de un puñado de compañías extranjeras. Dicho sea más claro: hoy el comercio exterior argentino es un incontrolado sistema de evasión porque las que exportan son empresas que no pesan, ni pagan impuestos, y los consorcios graníferos siempre zafan de retenciones.
Y mientras tanto nuestro río, emblema histórico y presente de la soberanía nacional, sigue desangrándose al ritmo de decretos rebuscados y confusos que hasta ahora sólo han hecho daño y cuyas secuelas, si se vuelve a privatizar el río por otros 20 o 25 años, agarrate Catalina… Y también está a resolverse si la salida al Océano Atlántico será por aguas y puertos argentinos, vía Río de la Plata y Canal Magdalena, o si la Argentina, con los ríos y el mar que tiene, seguirá cautiva de un canal uruguayo que manejan capitales europeos y asiáticos. Ya hace tiempo que en Santa Fe el diputado Carlos Del Frade hace docencia patriótica, y hace poco elevó un pedido de informes para que el gobierno de su provincia «explique por qué quiere que los servicios de dragado, balizamiento y peaje del Paraná sigan en manos privadas y que, además, tengan salida al mar por el canal uruguayo de Punta Indio y en qué se basa para tamaña definición de política pública», toda vez que Punta Indio es el canal adversario, digamos, de nuestro Magdalena, que está en el punto de encuentro del Paraná con el Atlántico y hasta ahora la Argentina desatiende.
Y peor aún: ya hay quienes pretenden que la navegación Paraná arriba sea con mayor calado (o sea dragando más) para que los agroexportadores privados extranjeros tengan más puertos en Santa Fe (Reconquista), en Chaco (Barranqueras) e incluso en Formosa, donde recibir grandes barcos, obviamente de bandera paraguaya, para suplir a las actuales barcazas, también paraguayas.
Para que se entienda de una vez: el Paraná es un eje político y económico que lo remueve todo. Porque la soberanía no es un plato elegante de las cenas con discursos; es la base de la existencia de una nación como fuimos. Una que no se endeudó cuando gobernaron Yrigoyen, Perón, Illia y Néstor y Cristina Kirchner. Únicos presidentes que no tomaron préstamos infames que hipotecaran el futuro de generaciones. Como ahora sí hará –sarasas aparte– el dizque «acuerdo» que en verdad sólo sirvió para limpiarle la cola sucia a Macri y sus secuaces, y para que perdamos prácticamente la soberanía en todo. Porque a partir de ahora, y con el Fondo en tu casa y en la mía y en la que cada argentino y argentina, no sólo no seremos soberanos sino ni siquiera dueños de nada: ni petróleo ni litio, ni oro, plata o cobre. Y a este paso ni las aguas de los humedales, si es que quedan humedales.
Es por esto, también, que los poderes económicos e incomunicacionales se oponen a una reforma constitucional, y se espantan cuando se propone una Nueva Constitución, o sea una que discuta todo, enteramente y sin limitaciones parlamentarias que sólo sirven para neutralizar lo que se reforme.
Imposible escribir esta nota sino con dolor y junando, sí que con fondo del maravilloso coro «Va pensiero» del «Nabucco» de Giuseppe Verdi, para cifrar la esperanza.